miércoles, 27 de enero de 2010

Declaración


DECLARACIÓN DE BUENOS AIRES

(2 de diciembre de 1986)


Roma nos hizo preguntar si teníamos la intención de declarar nuestra ruptura con el Vaticano con motivo del Congreso de Asís.

La cuestión nos parecería más bien deber ser la siguiente: “¿Creen y tienen la intención de declarar que el Congreso de Asís consuma la ruptura de las Autoridades romanas con la Iglesia Católica?”

Puesto que es eso lo que preocupa a los que siguen siendo católicos.

Es bien evidente, en efecto, que desde el Concilio Vaticano II el Papa y los episcopados se alejan siempre más claramente de sus antecesores.

Todo lo que fue puesto en obra por la Iglesia en los últimos siglos para defender la fe, y todo lo que ha sido realizado para difundirla por los misioneros, hasta el martirio inclusive, de ahora en más es considerado como una falta, de la cual la Iglesia debería acusarse y hacerse perdonar.

La actitud de los once Papas que desde 1789 hasta en 1958, en documentos oficiales, condenaron la Revolución liberal, se considera como “una falta de inteligencia del aliento cristiano que inspiró la Revolución”.

De ahí la vuelta completa de Roma desde el Concilio Vaticano II, que nos hace repetir las palabras de Nuestro Señor a los que venían a arrestarlo: “Hæc est hora vestra et potestas tenebrarum” (San Lucas, 22, 52-53: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas).

Adoptando la religión liberal del protestantismo y de la Revolución, los principios naturalistas de Jean Jacques Rousseau, las libertades ateas de la Constitución de los Derechos humanos, el principio de la dignidad humana no teniendo más relación con la verdad y la dignidad moral, las autoridades romanas vuelven la espalda a sus antecesores y rompen con la Iglesia Católica, y se ponen al servicio de los destructores de la Cristiandad y del Reino universal de Nuestro Señor Jesucristo.

Los actos actuales Juan Pablo II y de los episcopados nacionales ilustran año tras año este cambio radical de concepción de la fe, de la Iglesia, del sacerdocio, del mundo, de la salvación por la gracia.

El colmo de esta ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia se realizó en Asís, después de la visita a la Sinagoga. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo Encarnado y Su Iglesia hace estremecer de horror: Juan Pablo II animando a las falsas religiones a rogar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedentes.

Podríamos retomar aquí nuestra Declaración del 21 de noviembre de 1974, que permanece más actual que nunca.

En cuanto a nosotros, permaneciéndonos indefectiblemente unidos a la Iglesia católica y romana de siempre, nos vemos obligados a comprobar que esta Religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar se aleja siempre aún más de nosotros, quienes profesamos la fe católica de los once Papas que condenaron esta falsa religión.

La ruptura no viene, pues, de nosotros, sino de Pablo VI y de Juan Pablo II, que rompen con sus antecesores.

Este renegar de todo el pasado de la Iglesia por estos dos Papas y por los obispos que los imitan es una impiedad inconcebible y una humillación insoportable para los que siguen siendo católicos en la fidelidad a veinte siglos de profesión de la misma fe.

Consideramos, pues, como nulo todo lo que ha sido inspirado por este espíritu de renuncia: todas las reformas posconciliares, y todos los actos de Roma que se realizan en esta impiedad.

Contamos con la gracia de Dios y el sufragio de la Virgen fiel, de todos los mártires, de todos los Papas hasta el Concilio, de todos los santos y santas fundadores y fundadoras de Órdenes contemplativas y misioneras, para que nos ayuden en la restauración de la Iglesia por la fidelidad íntegra a la Tradición.


Monseñor Marcel Lefebvre y Monseñor Antonio de Castro Mayer

miércoles, 6 de enero de 2010


NUEVA ETAPA

Publicado en la Revista ROMA nº 94,
de junio de 1986


En Suiza, Juan Pablo II declaró que el Concilio Vaticano II abrió, para toda la Iglesia, una nueva etapa del camino (L'Os. Rom., ed. sem. port., 24684, p. 12, col. 4). Ya al clausurar el mismo Concilio, Paulo VI alegrábase por el hecho de que el Concilio mostrara una “inmensa simpatía” por la promoción del hombre moderno (Al. 1121965, nº 8).

Dados esos precedentes, somos llevados a ver en las actitudes de Juan Pablo II, en los últimos viajes a África y a Suiza, ejemplificaciones de la “nueva etapa” abierta a la Iglesia por el segundo Concilio Vaticano.

En Papúa-Guinea, en la Misa papal, una joven de 18 años, estudiante de colegio católico, hizo la primera lectura. Cubríase sólo con un cinturón de hojas y llevaba todo el busto descubierto. Evidentemente, ese episodio formó parte de la programación de la visita papal, de acuerdo con la comitiva del visitante. L'Os. Rom., diario del Vaticano, comentó: “Vestidos típicos reducidos de este pueblo... para el cual la desnudez es expresión de vida simple de relación humana que no conoce ambigüedad” (Cfr. "Sí Sí No No", año X, 651984, p. 2, col. :).

¡Hubiera Dios consultado a esa comitiva papal cuando hizo vestidos de pieles para Adán y Eva, a fin de corregir la exigüidad de los taparrabos!

En Tailandia, Juan Pablo II fue a visitar el célebre templo budista de la Capital, donde, sin obtener ninguna correspondencia, hizo una reverencia al patriarca de la secta, nirvanamente sentado, teniendo detrás una estatua de Buda.

En Suiza, Juan Pablo II empeñóse en visitar todas las agremiaciones religiosas no católicas (Cfr. L’Os. Rom., ed. sem. port., 2461984). Tuvo cuidado de no herir la susceptibilidad de los no católicos, con una afirmación nítida de que solamente la Iglesia Católica es la verdadera iglesia, en la cual y por la cual se presta a Dios el culto legítimo y se obtiene la salvación eterna. O sea: colocóse bien dentro del Ecumenismo postconciliar, heredero de la opinión de Paulo VI, de que todas las religiones tienen un fondo común (Cfr. Jean Guitton, Diálogos con Pablo VI).

Si ésta es la nueva etapa abierta por el segundo Concilio del Vaticano, el católico no puede aceptarla, pues la Iglesia fue constituida para conservar íntegra la genuina doctrina tradicional apostólica y no para deturparla.

A los desnudos debemos vestirlos, como consecuencia del pecado original. Y seremos juzgados de acuerdo con el cumplimiento de este deber (Mt. 25, 33 y 43).

A los ignorantes – especialmente en materia religiosa – debemos enseñarles y no confirmarlos en el error en que están (2º Cat. de las Prov. Mer. del Brasil, 5ª parte, libr. 3, lecc. 4).

Es con gran pesar que registramos estos hechos. No hacerlo sería pecar por omisión, en el cumplimiento del deber que tiene todo fiel de velar para que, en la Iglesia, se mantenga íntegra y pura la Tradición Apostólica.